¡Hola, mi gente! Buenas tardes y bienvenidos a este espacio de reflexión comunitaria. Hoy tenemos una noticia que, de tan dramática, nos abre el alma.
Tres días. Treinta y tres militares colombianos. Tres días retenidos, rodeados por la comunidad en una zona apartada del Guaviare. No hablaban de guerra, sino de miedo, de rabia, de error. Todo empezó tras un combate entre el Ejército y una facción disidente del Estado Mayor Central de las FARC, donde resultaron muertos 11 guerrilleros, incluido un comandante, y luego, días después, otros 10 rebeldes. Hay quienes dicen que hasta un campesino ajeno al conflicto murió, provocando la furia local. El resultado: decenas de campesinos encerraron a los militares, no los liberaron por rabia, pero tampoco por convicción. Seis décadas de conflicto no se borran así.
Y así pasaron tres días del 26, 27 y 28 de agosto del 2025 (no hay lugar en esta cuenta atrás que simúlate uno menos): la comunidad exigía justicia, el país observaba con inquietud, y por fin, hoy, fueron liberados gracias a la intervención humanitaria de la Defensoría del Pueblo, la ONU y la OEA.
Esto es el resumen de lo que está en la nota, pero permítanme ser claro: es un microcosmos de nuestro conflicto. Un Estado que avanza, pero no convence; una comunidad que siente que es dejada a su suerte; unos militares respetados, pero a veces también víctimas de la desconfianza; y una paz total que suena bien, pero que, en la práctica, a menos de un año de irse el presidente Gustavo Petro, parece todavía una promesa sin materialidad.
Esto —queridos oyentes— nos habla de un Colombia fracturado: donde la violencia no termina, donde el narcotráfico y la minería ilegal siguen empujando al campo a la guerra; donde los civiles están atrapados entre guerrilla, Ejército y una paz que no llega. Aquí no hay héroes ni villanos claros: hay supervivientes, hay víctimas, hay comunidades, hay guerrillas, hay dolor. Y mientras tanto, la “paz total” sigue siendo un estribillo, pero sin acordes que nos hagan sentir esa calma.
La liberación es buena noticia; la repatriación de la tropa hacia sus hogares, un alivio. Pero si no comprendemos la raíz de esa rabia —la muerte de un inocente, la falta de confianza—, volveremos a depender de soluciones humanitarias cada vez que estalle una crisis, cuando el país necesita transformaciones profundas.
Porque no se trata solo de liberar soldados. Se trata de liberar al país de la desesperanza, de hacer que las comunidades no tengan que retener uniformados para ser escuchadas.
Ojalá este episodio nos remueva como sociedad para preguntarnos: ¿En qué momento la paz comenzó a sentirse lejana? ¿Qué está fallando en ese diseño? ¿Hasta cuándo cargaremos con esta herida abierta de medio siglo de combate sin que se cierre totalmente?
Hoy celebro la libertad de esos 33 uniformados; mañana, que esa libertad se transforme en seguridad, dignidad y oportunidades para la gente del campo, no en más excusas.
Pilas, mi gente: este país necesita más que palabras. Necesita acción que llegue al campo, que genere confianza, que no transforme la empatía en chantaje, ni el miedo en represalia.
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#LaChivaRadio, con el corazón abierto y la mirada en el futuro.
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